Una revista de literatura, donde el amor por las letras sean capaces de abrir todas las fronteras. Exclusiva para mayores de edad.

sábado, 21 de septiembre de 2013

El cuerpo, el alma y los sueños. Yoly Hornes.


(Fragmento de la novela El hombre de los besos oceánicos, finalista del Premio de Novela Romántica Harlequin. Extractos del diario de Lorena Estrada, la protagonista)
 
 


          El muchacho de los besos oceánicos debe de ser ahora un hombre, tal vez canoso, tal vez con una calva incipiente. Puede haber engordado, tener buena salud o no tenerla. Y qué más da. Prefiero pensar en él más allá de la máscara del cuerpo, más allá de los estragos causados por el tiempo.

          El cuerpo es sólo fachada. Me engaño, a mí me importa, y mucho, el cuerpo. El cuerpo a veces me habla, se queja o se regocija, y yo lo escucho siempre, aunque no me guste lo que tiene que decirme.

          Pero el cuerpo también engaña, y la mayor parte de las veces me olvido de esta obviedad. Porque si despojamos del cuerpo a las personas, ¿qué nos queda?, ¿de qué hablamos?

          ¿Si no creo en la existencia del alma, si me niego al concepto de espíritu, si incluso cada vez creo menos en el inconsciente, qué es aquello que subyace tras la fachada?

          Energía, sensaciones, experiencias, la vida...

          ¿Envejecerá también el alma con el tiempo y los golpes? ¿Se desgastará, se volverá cada vez más limitada, más fina, más delgada hasta esfumarse?

          Las mentes científicas aseguran que eso a lo que llamamos alma no es más que el sistema nervioso con sus infinitas ramificaciones, muchas de ellas todavía ignotas. Si eso fuera cierto, qué horror, y qué confusión tan grande, ¡el alma también sería cuerpo!

          «Los suspiros son aire y van al aire/ las lágrimas son agua y van al mar/ dime, mujer, cuando el amor se olvida/ ¿sabes tú dónde va?» No, Bécquer, no lo sé. Y a ver si sabes tú esto: las caricias son cuerpo y van al cuerpo. Pero las que llegan hasta el alma, ¿qué son? ¿Aleteo de mariposas? ¿Recorrido de plumas? ¿aéreos vendavales? ¿Y adónde va el amor que no se olvida?

          A veces me acaricio por dentro, y me hace bien, así me lamo las heridas del alma, las más punzantes y dolorosas y difíciles de cicatrizar. A veces lo hago en el sueño.

          Allá, lejos, en el lugar remotamente próximo en el que se despliegan los sueños, la caricia traspasa la piel, irradia efluvios sedantes hacia adentro, hacia donde el cuerpo deja de ser cuerpo.
 

          El mundo paralelo que se despierta dentro de mí durante la noche está poblado de caricias, pero también de palizas, escupitajos y reverencias. Allí el tiempo es una dimensión irrelevante, y todo es simultáneo y todo es posible. Sólo en el país del sueño nos es dado ser y al mismo tiempo no ser, y no sorprendernos por ello.

          Soñar es el itinerario más directo para llegar a la infancia. Y a los vericuetos del alma, a las capas más profundas. Son una fuente inagotable de sabiduría personal. «Sabiduría personal» suena a nombre de asignatura universitaria, una de esas materias humanísticas desprestigiadas porque no sirven para nada, no ayudan a encontrar un puesto de trabajo ni a llevarse mejor con los ordenadores. Sólo alimentan el espíritu, como los sueños, que al mismo tiempo se nutren de él cerrando el círculo.

          El cuerpo en los sueños no tiene valor, porque allí son inútiles las máscaras y las fachadas. Todo es auténtico, porque no hay ojos capaces de ver el cuerpo físico de la gente. Bueno, tal vez los cuerpos sí sean bien visibles en los sueños de los otros. En los míos, no.

          En mis sueños no hay ojos, hay miradas. No hay manos, hay caricias, o crispación o temblor o la seguridad que me transmite una mano que aprieta la mía. No hay órganos, sino sólo su función. Cuando soy madre, soy la maternidad con toda su carga de entrega y responsabilidad. En mis sueños lujuriosos no hay órganos genitales, nunca. Reconozco el erotismo por el vértigo, por el descontrol, por el placer de entregarme sin control a ese vértigo y dejarme llevar por la corriente. El orgasmo es lealtad, libertad, complicidad, eternidad. No soy yo sino el alma quien se vuelve líquida como una riada que arrastra, que limpia y arrasa.

          Nunca me sueño hermosa, siempre especial, y sólo cuando me siento amada me vuelvo bella, y mi belleza es entonces total, inasible, sin rostro.

          Pero qué duro es el castigo cuando me miento en el sueño, cuando me culpo o me avergüenzo o me martirizo por haber actuado mal en un hecho irreversible. Son ésas las pesadillas más feroces, porque me imparto el castigo surtiéndolo de historias que apuntan a lo mismo una y otra vez hasta que, exhausta, me gana un dormir pegajoso y pesado que todo lo aplasta.

          En fin, quién sabe de qué materia estarán hechos los sueños, si vienen del cuerpo o del alma. Nadie. Y yo menos que nadie.
 
 

8 comentarios:

  1. La autora consigue darles la vuelta a las sensaciones, los sentimientos y los sueños como si fueran guantes de cabritilla, en el fondo parece intentar bucear en el fondo del ser humano. Una prosa magnífica.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Oh, qué bonito lo que dices, amigo Rubén. Me gusta mucho tu comentario. Y me pregunto: ¿acaso no es lo que hacemos todos los que escribimos, bucear en el fondo del ser humano? Buceamos, buceamos, y siempre se puede llegar más profundo a ese oscuro pozo, a ese fondo oceánico...
      Gracias por tus palabras.
      Besos...
      Yoly

      Eliminar
  2. Yoly, bella narrativa y bellas las palabras que la ilustran. No deja de ser una excelente puesta en escena exterior del complejo mundo interior de una mujer en toda su plenitud. Magnífico. Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Tino. Cuanto más saquemos afuera nuestro interior -hombres y mujeres- más nos acercaremos a la remota posibilidad de comprendernos.
      Un abrazo,
      Yoly

      Eliminar
  3. Una narrativa muy depurada y buena, que nos expresa los sentimientos entre parejas, aunque una de estas parece que no se ve afectada por la mortalidad. Me encantaría leer tu obra Yoly. Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, Carlos, de verdad, por tus palabras.
      Y también por tu interés. Mi último libro se titula Relatos de Intimidad. Si quieres, puedes saber algo sobre su contenido en el bonito book tráiler que hizo Eva:
      http://www.youtube.com/watch?v=5bwfCK4jfL0
      Un abrazo,
      Yoly

      Eliminar
  4. Me parece interesante lo que tratas en el texto, bien narrado, Saludos!

    ResponderEliminar
  5. Hola, Juan. Agradezco tu comentario y me alegra que te haya gustado.
    Un abrazo,
    Yoly

    ResponderEliminar

Gracias por dejar vuestros comentarios.