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jueves, 13 de febrero de 2014

Un día especial.



Era el día de los enamorados, le hubiera gustado tanto celebrarlo con él.  En esta ocasión su trabajo se lo impedía.  Tras el almuerzo se tumbó en una hamaca mientras escuchaba su música.

Ensimismada en los acordes de una melodía de Jazz no le oyó llegar a pesar que el ruido infernal de aquella moto había entrado por la ventana entreabierta de su estudio…, el día era precioso, unos rayos de sol acariciaban su cara y le obligaban a cerrar los ojos, aquella música la transportaba a lugares de otras épocas como si el mundo presente no existiera. Era su música, era él.

Hacía unos meses que la grabó para regalársela y en sus ausencias siempre hacía que sonara para que no fueran tan dolorosas, al escuchar aquellos acordes sentía como si fuese él quien la estaba interpretando en lugar de aquel artilugio que la reproducía.

Seguía con los ojos cerrados, soñando… y su mente rechazaba cualquier ruido que se producía a su alrededor.

El tiempo había desaparecido, con los ojos cerrados se deleitaba soñando mientras escuchaba aquellas notas. De repente notó que una brisa de aire fresco acariciaba su cara, sintió un poco de frío, el sol se había escondido, abrió los ojos al mismo tiempo que se incorporaba de aquel diván en el que estaba echada para ir a buscar un chal y cerrar el balcón que daba al jardín.

Entonces las vio, se acercó y su perfume la embriagó, de rojo intenso dos hermosas rosas le estaban acompañando. Sabía que no podían haber llegado solas...

Bárbara llamó a María, la fiel haya que habían tenido en casa de sus padres toda su vida y que se había quedado con ella. —¿Has traído tú estás rosas?

La dulce María, no contestó y con evasivas dijo que tenía que salir que había quedado con unas amigas para tomar café.

Bárbara miraba fijamente esas rosas. Él había estado allí o estaba aún. No podían ser de nadie más. No estaba soñando, esto era real, estaba sucediendo en ese mismo instante.

Su corazón empezó a latir con fuerza, a cada instante intensificaba más sus latidos y mirando a su alrededor dijo: —¿Estás aquí?—No hubo respuesta y apretándose el pecho con sus manos intentó frenar su loco corazón mientras volvía a preguntar más fuerte —¿Estás aquí? —De repente escuchó su voz, —Sí, estoy en la ducha. Quiso correr a su lado pero él siguió diciendo… —Mira en la salita, he dejado unas cosas, son para ti y me gustaría que te las pusieras.

Se apresuró a hacer lo que le estaba pidiendo.

No podía creer lo que estaban viendo sus ojos. —¿Quieres que me ponga esas ropas? —Le preguntó.
—Si. Me gustaría mucho, contestó con voz firme.
—¿Estás loco? Sabes que… sin dejar que terminara su frase volvió a escuchar su voz diciéndole:
—Algún día tendrás que decidirte, sabes que a mí me gusta y esta vez deseo sea así, anda ponte esa ropa, por favor, que bajo enseguida.

Con sus ojos muy abiertos miró aquel traje de cuero rojo… y sin decir más palabras se quitó la bata que cubría su cuerpo y con no pocos esfuerzos se vistió, más bien se calzó, aquellas ceñidas ropas. Era un mono precioso, se sentía bien con él, demasiado ajustado a su cuerpo, tanto… que sentía como si tuviera una segunda piel.

Sintió su respiración en la nuca al mismo tiempo que escuchaba unos susurros —No te vuelvas... Ponte el casco y no te vuelvas, vamos… hace tiempo que no veo tus ojos. Hoy quiero volver a verlos en el precioso rincón al que te voy a llevar.

Callada, vestida de cuero rojo y con aquel casco en la cabeza se subió a su moto, se agarró con fuerza a él, cerró los ojos… y sin más palabras dejó que, como siempre, la transportara al cielo.

Aquella noche, en aquel entrañable bar de la playa de Carcavelos se miraban mientras acariciaban sus manos y su cara. De fondo, sonaba una guitarra y una voz irónica cantaba un fado. Ese lamento portugués que sabe aunar la poesía, la pasión, el amor, el desprecio a las riquezas, el escepticismo… todo ello amalgamado con ese tañir de la guitarra.

Ese Fado, que dicen que es triste pero que si tienes suerte te enamora. Ese fado que hace que los enamorados se queden embrujados ante esos lamentos.

Así se sentían ellos, embrujados y sedientos de sus besos y sus caricias. Se tomaron de la mano y se perdieron en aquella playa. Justo dónde rompen las olas, sus bocas se unieron en un profundo y apasionado beso mientras miles de mariposas bailaban a su alrededor y las olas jugueteaban con sus pies. Las estrellas fueron su techo aquella noche y su lecho la arena y mientras se amaban eran acunados por aquellos lamentos de un fado que sonaba a lo lejos y que el viento caprichoso les acercaba. Al alba, sonó un “Te quiero” dicho al unísono por los dos.

©Bárbara Fernández Esteban

 Del mi libro “La llave de los mil sueños”


3 comentarios:

  1. Que puedo decir. En una relación siempre es bueno innovar para mantener fresca la relación. Por una atrevida relación que termino como se debe en este mes de los enamorados. Gracias Bárbara.

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  2. Un fado para hechizo de su amor.....

    Cristian

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  3. Habría que leer algo más se lee interesante! Saludos!

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