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miércoles, 21 de mayo de 2014

El examen.



Alejo tiene veintiséis años, está estudiando ingeniería, se supone que está en cuarto de carrera, pero ni él mismo lo tiene muy claro. En realidad, tiene pendientes tres de primero, cuatro de segundo, y no tiene muy claro cuantas de tercero. Pero este año ha decidido ponerse las pilas y empezar a recuperar terreno, los viejos empiezan a perder la paciencia —que más les dará a ellos si tienen el dinero por castigo— piensa. Para él, su vida está más que resuelta; su máxima es: “vive de tus padres hasta que puedas vivir de la herencia”.

El problema es que este año el viejo se ha empeñado en que tiene que aprobar alguna. La amenaza ha sido, literalmente: “O me traes un aprobado o te vienes de Santiago y te pongo a trabajar en la obra abriendo zanjas a pico y pala”. Y el cabrón del viejo es capaz de cumplir la amenaza. Pero esta vez le enseñará quien es Alejo. Lleva un mes dejándose las pestañas encima del libro, los apuntes ha tenido que pedirlos, él no aparece por clase para nada, ¿para qué? Si es necesario, le compra los apuntes fotocopiados a alguno de los empollones, que esos tienen poca pasta y una ayuda les viene siempre bien. Y mientras, él puede dedicarse a su verdadera vocación, la noche. Piensa que tal vez debiera buscarse la vida como relaciones públicas en alguna discoteca de moda. Conoce a un montón de tías buenas con ganas de marcha y a muchos tíos que, como él, son de familia “de posibles” y prefieren ir de marcha a estudiar. Podría llenar cualquier discoteca con esa fauna. Después del examen tal vez se lo plantee en serio. Pero de momento toca clavar codos.

Una cafetera llena hasta el borde y vuelta a la mesa. La falta de costumbre está haciendo que le cueste trabajo concentrarse, pero por sus... narices que este examen lo aprueba: ecuaciones diferenciales, que a saber para que demonios valdrá eso. Si hoy los cálculos se hacen todos usando un ordenador; le metes los datos y listo, el programa te hace todos los cálculos mucho más rápido. Y no te hace un café al mismo tiempo porque no le enchufan la cafetera, que si no... Pero hay que centrarse, que ya está divagando otra vez. ¿Por dónde iba? Ah, sí, las dichosas ecuaciones, uff, que coñazo. En fin...

Van ya cinco semanas dejándose la vista en los dichosos apuntes. Esperemos que haya un poco de suerte y no pongan el examen demasiado difícil, a ver si está dejándose la piel para nada. Pero parece que la cosa va bien, el examen es mañana a las diez y apenas le queda nada más que repasar un poco por si acaso. Por la tarde irá a darse una vuelta para oxigenarse, tal vez se tome una cerveza y para cama temprano —para variar— para estar mañana descansado.

Al fin llegó el día “D”. Hoy toca enfrentarse a las malditas ecuaciones diferenciales, pero al menos se las sacará de delante para siempre. Alejo desayuna con calma y sale de casa para coger el autobús al campus. Por si acaso se lleva los apuntes, a veces hay suerte y algún profesor permite usarlos. En la puerta del aula ya hay un montón de gente esperando, docenas de jóvenes que charlan en animados grupos, que repasan angustiados sentados en las escaleras o que salen a fumar un cigarro tras otro presa de los nervios. No conoce a nadie, tan sólo le suenan un par de caras de verlos en los bares y discotecas por donde se mueve la fauna universitaria. Pero no es raro, lo raro es verlo a él allí. Se abre la puerta del aula y un bedel va dando paso ordenadamente a los alumnos que van ocupando las gradas bajo la atenta mirada de una profesora con gesto serio, a su lado, otro bedel permanece a su lado esperando órdenes.

Una vez se han sentado todos, los bedeles comienzan a depositar los exámenes girados ante los alumnos y una vez han acabado se colocan en los extremos de la fila central del aula atentos a cualquier movimiento extraño, parecen águilas esperando una presa. La profesora da las últimas instrucciones y les permite girar el examen para comenzar.

Alejo gira la hoja y encara la primera pregunta, se trata de resolver varias ecuaciones, pero tienen algo raro, no entiende nada, ¿qué pinta aquí un coseno? Sin dudarlo, levanta el brazo llamando la atención de la profesora que le mira sobre el puente de las gafas y se acerca con gesto de fastidio —ya empiezan a dar por saco—.

—Dígame señor... no recuerdo su nombre, y ahora que me fijo, ni su cara.
—Soy Alejo Bermúdez, no entiendo estas ecuaciones, ¿está segura de que entraban para este examen?
—Pues sí, señor Bermúdez, estoy segura—contesta mientras ojea un papel dentro de una carpeta-. De lo que no estoy segura es de lo que pinta usted aquí
—¿Qué pinto? Hacer el examen de ecuaciones diferenciales— Alejo no puede creer lo que oye.
—Pues nada. Ánimo y mucha suerte. Pero de verdad, no es necesario que se moleste. Puede usted irse.
—¿Cómo? ¿Me está expulsando del examen? Si no he hecho nada para que me expulse— es increíble, ¿es que ya ni preguntar se puede? Está alarmado, o aprueba este examen o se ve cavando zanjas.
—Es cierto, no ha hecho nada. De hecho, ni se ha matriculado en esta asignatura, por eso no sé que pinta usted aquí.

Fin



1 comentario:

  1. ¡Jaja! ¡Que bárbaro! Bueno, le espera una jornada agotadora de picar pala combinada con su linda disco. Al menos va a sacar músculo. Gracias Jesús por compartirnos las desventuras de Alejo.

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